Nacionalismo: ¿el nuevo Opio?
Antonio Grandío Botella

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Solemos aceptar sin reflexionar demasiado que debemos luchar por un ideal o por una creencia noble. Pero me temo que, por muy noble que sea un ideal, sólo tiene sentido si identificamos un enemigo contra el cual, de una forma u otra, se lucha. Así, como en las películas de pistoleros, los militantes (militante viene de militar) de cualquier causa rotulan a los de la causa contraria como enemigos y viceversa. De este modo, son las creencias las que separan, las que crean las barreras entre los hombres.

Al hombre, huyendo de sí mismo, le es más fácil proyectar en los demás sus propias frustraciones. Una vez hecho esto piensa que es el exterior lo que hay que cambiar, a los demás, y la lucha por el ideal de turno le permite olvidar una lucha mucho más dolorosa en su interior.

Estas creencias o ideales han tenido, a lo largo de la historia, dos tristes exponentes: la religión organizada y el nacionalismo. Tenemos imperialismos religiosos como las cruzadas cristianas, el fundamentalismo islámico, el hipernacionalismo que vino con Napoleón, Hitler, Mussolini o Franco, así como la guerra entre serbios y bosnios, la lucha religiosa en Pakistán o India y un largo etcétera. No hay guerra que no haya tenido como causa las creencias religiosas o las nacionalistas. Aunque cabe argumentar que las razones eran de tipo económico, no cabe duda alguna que los miles o millones de personas involucradas en ellas, no la hacían sino por sus creencias e ideales nacionalista/religiosos manipulados, si se quiere, por los pocos de siempre. Para algunos, además, la economía no es sino política disfrazada.

Cuando Marx dijo que la religión era el opio del pueblo no cayó en el hecho de que tal droga podía ser fácilmente sustituida por otra como el nacionalismo. De hecho, antiguos usuarios de la primera se han reconvertido a la segunda sin demasiado esfuerzo dejando intactas sus ganas de luchar en contra de los enemigos oportunos.

Supongo que, cuando el ser humano deje de "mosquearse" contra los otros, dejará de "defenderse", y la militancia ideológica se marchitará. Creo que la hipervaloración de la tradición y el culto al pasado (el nacionalismo) es guerra a un nivel u otro. Y aunque me doy cuenta de lo arriesgado de estas líneas, no me cabe duda alguna de que el amanerado énfasis en las diferencias lingüísticas crea separación y odio, además de ser una forma más de escapar de los verdaderos problemas sociales y humanos.

Como alternativa a una cultura nacionalista que exalta las diferencias entre los seres humanos, creo más en una cultura global, ecológica y holista que destaque lo común al planeta y al hombre. Pero para llegar a ello hay que trascender el pasado y la tradición.

La tradición, la historia y la tiranía del lenguaje debería servirle al hombre, hoy más que nunca, como ejemplo pictórico de su mundo interno, de su psique y cultura atávica condicionada para proyectar en los demás un enemigo inexistente. Debe existir una forma de revolución que no invente enemigos ni sea lucha de creyentes en el campo de fútbol de las creencias. Además, existen revoluciones infinitamente más inteligentes y solidarias que el canto a las raíces o a la madre y familia de uno.

El fracaso de el proyecto de Europa, una vez más, va a ser obra de las llamadas "soberanías nacionales". Cuanto más nos sintamos españoles, ingleses, catalanes y todo eso, no puede venir nada nuevo. Una vez examinado esto de un vistazo, inteligentemente, el hombre debería preguntarse además si todo ese modelo folklórico clásico de "morir por el ideal, defender la patria, actuar heroicamente, vencer al enemigo, luchar contra la opresión etc." no está francamente obsoleto y si no vale la pena sustituirlo por el énfasis en la comprensión del mundo, en una filosofía, ciencia y tecnología verdaderamente humanas y ecológicas.

Nunca puede solucionarse un problema con la lucha porque luchamos contra lo que existe en nuestro interior. Es mejor autoobservarse, un solitario descubrir los móviles de uno mismo y ver qué parecidos somos todos. Ello es, para mí, revolución integral sin lucha y con inteligencia, cordura y comprensión.

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