Las "Eternas Vacaciones"  
(Artículo en "Mediterráneo")
Rosana Peris y Antonio Grandío.

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Parece cosa muy natural, hoy en día, concebir las vacaciones y el trabajo como polos contrapuestos: las primeras muy placenteras y muy enojoso el segundo. Trabajamos "para vivir", entendiendo por "vivir bien" "no trabajar". Puesto que los niños aprenden de lo que ven, no es extraño que, ante la inminencia del nuevo curso,a vuelta al "cole" surja en su mente como una experiencia desagradable. Como nosotros, deben dejar atrás los días de "diversión y alegría" para volver a los meses de "responsabilidad y esfuerzo".

A un nivel más cotidiano, los adultos vivimos los días laborales como un "mal necesario", esperando con ansia la llegada del fin de semana para "hacer lo que realmente queremos". De este modo el fin de semana, el juego o las vacaciones las consideramos (y así se las hacemos ver al niño) como una recompensa al "esfuerzo" en el trabajo o la escuela. No prestamos demasiada atención al hecho, completamente natural, de que existe en el niño una formidable tendencia a conocer, investigar y aprender nuevas cosas. Y de que ese mismo hecho es su propia recompensa. Sin embargo, cuando les decimos que unos buenos resultados en la escuela supondrán una bicicleta, irse a jugar o unas "buenas vacaciones", trastocamos el sentido natural del aprender y fomentamos esa concepción dual de "vacaciones-escuela" con las tristes consecuencias que tiene a finales de Agosto.

En los primeros contactos que tiene el niño con el medio escolar (parvulario) no existe diferencia entre jugar y aprender. Sólo cuando aprende (de los adultos) la dicotomía entre aprendizaje como obligación (malo) y juego como recompensa (bueno) aparece su nula motivación hacia la escuela (aunque exista la motivación externa de la recompensa).

El ambiente que hasta entonces proporcionaba respuestas a su curiosidad y ganas de conocer innatos, se vuelve de repente hostil, fuente de sacrificio y obligaciones. Y esto es también aplicable al respeto innato que el niño tiene hacia el maestro o hacia el resto de sus compañeros: al ofrecerle alguna contraprestación externa en sustitución del respeto, tal soborno o castigo resultan más significativos que el sentimiento de respeto por sí mismo. Por otra parte, esta diferenciación entre vacaciones y escuela, entre recompensas y castigos, van alejando al niño de la realidad impidiendo la gradual comprensión de la vida y de las relaciones humanas, cuya riqueza, belleza y complejidad van mucho más allá del aprendizaje obtenido generando temor.

Sin embargo, esta situación no ha pasado inadvertida para unos pocos educadores y padres. De hecho, en algunos centros, pioneros en la renovación pedagógica y muchas veces ligados a niños "superdotados", se están llevando a cabo experiencias donde se aprovecha la innata curiosidad del niño por conocer y se la enfoca hacia las distintas materias de estudio, descartando totalmente el forzarle o hablarle de recompensas externas.

No es raro constatar que la mayoría de los científicos, músicos, filósofos, empresarios, poetas, profesores, pensadores, artistas etc. que han descollado en este mundo nunca llegaron a diferenciar demasiado el trabajo del ocio. Su "profesión", como una pasión que les calaba hasta los huesos, estaba hecha de "una pieza", su trabajo era su vida y su vida sus "eternas vacaciones".

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